by Evelyn Pfeiffer

Aysén

ya decidió ¿Y ustedes?

“Construir la Estrella de la Muerte creará cientos de miles de empleos”, anuncia Darth Vader en un meme que ha circulado por estos días en redes sociales. De esos memes donde uno no sabe si reírse o enojarse, porque retratan con sarcasmo una realidad dura y preocupante.

Para los que no han visto la saga Star Wars, Dath Vader es un personaje del lado oscuro de la fuerza, servidor del Imperio y uno de los protagonistas en derrocar a la República Galáctica. En pocas palabras, un dictador y uno de los villanos más temidos y memorables del mundo cinematográfico.

¿Y la Estrella de la Muerte? ¡Una obra de ingeniería espectacular! Una estación espacial de 9.428 km², que sin duda generó esos miles de empleos prometidos. El problema era que la Estrella de la Muerte, tal como lo dice su nombre, no era una simple estación espacial, sino que un arma tan poderosa que incluso podía pulverizar planetas por completo. ¿Desarrollo económico? ¡Sí! ¿Generador de empleos? ¡Por supuesto! ¿Pero a qué costo?

Y me ha dado vueltas y vueltas en la cabeza este meme, después de participar en tres encuentros de turismo sustentable en la Región de Aysén, organizados en los territorios declarados como Zona de Interés Turístico (Queulat, Chelenko y Glaciares). En todos ellos, fui testigo del despertar de las comunidades, personas que valoran y cuidan su territorio y que están haciendo acciones concretas para ello; comunidades unidas y empoderadas, que quieren convertirse en un referente de la sustentabilidad; y comunidades que están más que conscientes de que su región siempre será mirada por los grupos económicos como la despensa de Chile y que deben estar preparados para seguir luchando.

Y es que claro, tiene todos los elementos para convertirse en esa despensa para extraer recursos: ríos de enormes caudales, recursos mineros por doquier (especialmente oro), fiordos perfectos para instalar jaulas de salmones (aunque esa industria ya la sobreexplotaron), sumado a una escasa población de 100 mil habitantes y una densidad poblacional que no alcanza a un habitante por kilómetro cuadrado. Como referencia en ese mismo kilómetro cuadrado, nuestra capital Santiago alberga 461 habitantes, Madrid 5.300, Medellín 19.700 y Mumbai 31.700 habitantes. Es decir, en Aysén uno puede recorrer kilómetros y kilómetros sin ver un alma. Y eso que para muchos es una maravilla de la naturaleza que hay que preservar y cuidar, para otros es sinónimo de frotarse las manos y decir acá puedo extraer recursos y agotarlos, sin que nadie me moleste.

En Aysén uno puede recorrer kilómetros y kilómetros sin ver un alma. Y eso que para muchos es una maravilla de la naturaleza que hay que preservar y cuidar, para otros es sinónimo de frotarse las manos y decir acá puedo extraer recursos y agotarlos, sin que nadie me moleste.

Eso me hace recordar una vez más al ex ministro de Economía, Jorge Rodríguez Grossi, fiel defensor del megaproyecto Alumysa, una millonaria inversión que pretendía instalar una planta procesadora de aluminio, que requería la construcción de un puerto y tres centrales hidroeléctricas. Era el mayor proyecto ingresado hasta entonces al sistema de evaluación de impacto ambiental. Rodríguez dijo en noviembre de 2001 ser partidario “de que se hagan todos los proyectos posibles en Chile. Es la única manera que tenemos de ir creciendo e ir generando nuevos empleos y por eso me niego a aceptar que hayan proyectos incompatibles”. Incluso fue más allá con sus declaraciones: “¿Para qué sirve tener la zona más descontaminada del mundo si no hay nadie? (…) ¿Para qué quiero un país o un Aysén de santuario de la naturaleza si nunca lo vamos a poder disfrutar? (…) ¿Para qué quiero un lugar vacío de gente por mantener determinada naturaleza?”.

Hoy, 17 años después, la conciencia ambiental ha aumentado y para muchos esas palabras suenan arcaicas, faltas de visión, incluso ridículas. No solo en Aysén, sino que en Chile y el mundo, muchos ven en Patagonia un tesoro que hay que cuidar para las futuras generaciones: una reserva de agua y de vida donde casi no existe la intervención humana. Y muchos creemos que el turismo sustentable es la herramienta más adecuada para conservar esos territorios para siempre, ponerlos en valor y generar ese desarrollo económico tan deseado, pero con una visión a largo plazo y pensando en las generaciones futuras.

Lamentablemente, muchos otros siguen creyendo y defendiendo nuevas “estrellas de la muerte”, bajo la promesa de que traerán empleos y un desarrollo económico ahora ya. Primero ese “proyecto esperanzador” se llamó Alumysa; luego se llamó Hidroaysén; y hoy son una serie de proyectos mineros de transnacionales que quieren extraer el oro en la cuenca del lago General Carrera. Todos proyectos de mirada cortoplacista de “pan para hoy, hambre para mañana”, que convertirían esta zona de la Patagonia en una nueva área de sacrificio ambiental, perdiendo para siempre esas cualidades que hoy la hacen única en el mundo.

Y mientras escucho y observo a las comunidades participando en estos encuentros de turismo sustentable, no paro de pensar que a pesar de que en Aysén son poquitos, unidos han logrado hacerse escuchar y decirle al mundo que ellos ya decidieron el estilo de vida que quieren para su gente y su tierra. No me cabe duda de que seguirán ganando batallas, pero también es deber de todos no dejarlos solos, informarnos y defender esa Patagonia como un tesoro que se mira (y admira), pero no se toca.

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